Víctor, un amigo de Guadalajara, que lee ésta columna cada lunes, me escribe:
Uke, me gustó tu artículo sobre la libertad. Justo platicaba con mi novia sobre cómo el saber estar solo te hace más libre. Creo que deberías escribir sobre eso.
Pienso que sí tenemos que saber estar solos. No sé si decirle esto a tu pareja sea lo más prudente. Se podría malinterpretar. Suena como una preparación para terminar un noviazgo: “Oye, Fulanita, fíjate que Uke dice que tenemos que aprender a estar solos, como ves si…”
No es secreto que somos seres sociales. En general, crecemos en familia, hacemos amigos, y vivimos en sociedad. La mayoría de los lectores de esta columna viven en democracias relativamente funcionales, en civilización. Es más, la habilidad de trabajar en equipo es cada vez más valiosa y es codiciada en la empresa y en espacios virtuales, como LinkedIn. Los productos digitales más redituables y utilizados son las redes sociales. ¿Por qué entonces se insiste tanto en los portales de psicología que tenemos que aprender a estar solos?1
Pensemos en el sentido alegre de la palabra, y no la soledad de quien vive en aislamiento involuntario, víctima de una tragedia, como el de perder seres queridos, o quien por ley es privado de su libertad y recluido en aislamiento. Hablemos de la soledad en su connotación positiva.
En la obra de teatro A puerta cerrada del filósofo existencialista Jean-Paul Sartre, casi al final, uno de los personajes dice una de las frases más conocidas del autor francés: “el infierno son los otros”. La frase se tiende a interpretar a favor del aislamiento pesimista y misántropo, pero Sartre aclaró que el infierno es, en realidad, vivir de los juicios de los demás, interpretarnos a nosotros mismos a través de los ojos de los otros. Lo que quiso decir fue que debemos procurar buenas relaciones, que la gente que nos rodea es de vital importancia para el entendimiento propio.2
La soledad no es necesariamente mala, nos puede enfermar tiene un propósito. Hay que saber estar solos, sí, pero con sentido. Pienso en tres posibles funciones: para trabajar, para descansar, y para acompañar mejor. El trabajo en solitario es esencial para un desempeño cognitivo más eficiente, pero sin acostumbrarnos. Sería bueno dedicar partes de nuestra jornada laboral, si es posible, a trabajar en silencio. Tal vez para poner en orden el día, dedicar esfuerzos a la planeación o preparar una presentación importante.
Otra función de la soledad, sin volverse excesiva, es descansar con intención. Leer un buen libro, escribir, o rezar. Aburrirse, en el buen sentido de la palabra3. Josef Pieper, en su Leisure: The Basis of Culture explica cómo el descanso, el ocio, es la base para el desarrollo cultural y espiritual. La advertencia de Pieper es clara: a menos que recuperemos el arte del silencio y la interioridad, la capacidad de no hacer nada, y sustituyamos nuestras turbulentas diversiones por el verdadero descanso, destruiremos nuestra cultura y a nosotros mismos.4
El tercer propósito de la soledad es consecuencia de los primeros dos: saber estar solo para acompañar mejor. La sana administración de nuestra soledad para trabajar y descansar con prudencia es el terreno para desarrollar una personalidad madura, nuestra identidad formada en el silencio de la vida interior. Quien sabe estar consigo mismo, sabe estar con los demás. El que es dueño de sí mismo, se puede entregar a los demás con mayor libertad, porque es quien acompaña por voluntad propia y no por necesidad.
Para quienes somos católicos, estamos en Cuaresma, una invitación a cuarenta días de preparación espiritual, de crecer en vida interior y silencio. Para quienes tenemos fe, la soledad no es estar solos, sino estar solos con Él, con la ineludible presencia de quien nos “deletrea”.5 Así, con una dimensión espiritual, la importancia de la soledad no se limita en la salud mental. En noviembre del 2020, en los momentos más difíciles de la pandemia, el Papa Francisco le dijo a una generación entera que sufre del aislamiento : “Quien reza nunca está solo”.6
¿Saber estar solos nos hace más libres? Sí, pero solo sabe estar solo el que se entrega con total libertad a los demás.
Una rápida búsqueda en Google de “saber estar solo” arroja casi dos mil millones de resultados. Hay libros, conferencias y entradas de blogs de psicología con instrucciones para aprender a vivir en soledad.
Me gusta imaginar que la aclaración de Sartre se da después de una queja de Simone de Beauvoir: “¿El infierno… soy yo?”
Ya he escrito en esta columna sobre el descanso y el aburrimiento.
El buen descanso ha sido un tema recurrente en la columna semanal de su servidor y amigo, haciendo énfasis en la obsesión con el espectáculo y la necesidad de encontrar momentos de reflexión en un mundo acelerado. Vendrán más textos al respecto, profundizando más en las ideas de Pieper.
Eso de ser deletreados lo saqué de este popular poema de Octavio Paz.
Bien mi Uke, lo leí estando solo, pero bien acompañado, un abrazote.