Les pido que se aburran tantito conmigo, en lo que me leen durante unos minutos. Pensemos juntos en esto: nos hemos vuelto anti-aburrimiento. Ya saben que estamos constantemente bombardeados de información y entretenimiento. Todo hueco en nuestro tiempo de vida se rellena con videos de siete segundos de duración y rebotamos entre redes sociales desde nuestro teléfono celular, para no tener que estar ni tantito aburridos.
Para divertirnos un rato, pasamos Navidad con nuestra familia. Mi cuñado me regaló “La civilización del espectáculo” de Mario Vargas Llosa. Un libro padrísimo y ligero que vale la pena leer (aunque debo aclarar que no coincido con la mayoría de las posturas libertarias del autor). Se publicó en 2012 pero la tesis central sigue vigente: la prioridad colectiva es el entretenimiento, y como consecuencia se han banalizado la cultura, el arte, el periodismo, la política y la sexualidad. ¿Cómo actualizar esta idea después del desarrollo exponencial de los mecanismos de distracción? Vargas Llosa le atina, pero la gravedad de los efectos de la civilización del espectáculo después de diez años es mucho mayor.
Ver TikToks y similares para evadir el aburrimiento en una fila de espera o un elevador es el equivalente cultural de morderse las uñas. Tenemos una intensa necesidad de consumir historias, pero esa sana necesidad de nuestra vida interior se ha vuelto una obsesión, y para alimentar esa bestia híper-moderna se ha tenido que degradar la calidad narrativa en afán de agilizar el escabullirse de esos segundos de entretenimiento en los que antes eran momentos de aburrimiento, o sea, de pensamiento.
La degradación narrativa que apunto no es sólo en duración y formato, sino en función. Las historias, en vez de actuar como brújulas morales en años formativos, ahora son performances auto-referencialistas, frívolos y desechables. De hecho, ya no son historias. Ayer en una cena con amigos, cada uno reveló el tipo de videos que más le entretienen en YouTube, que fueron desde arreglos de pezuñas de bovinos hasta limpieza de granos y puntos negros. ¿No sería mejor aprender a descansar en el aburrimiento? ¿No sería mejor aprender a ver el techo, antes de tomar el celular?
El aburrimiento, aunque obviamente nos disguste, mejora la salud mental, incrementa la capacidad de creación e innovación, nos ayuda a descubrir oportunidades y cambios en nuestras prioridades, y fortalece el autodominio. Ejemplos hay muchos, pero recuerdo que Agatha Christie decía que las mejores historias se le ocurrían mientras lavaba los platos.
Vivimos en la era de la confusión entre información, comunicación, entretenimiento y cultura. Ya no sabemos distinguir entre ellas:
Es mejor domar a la bestia del espectáculo. Hay que aburrirnos tantito. Cuesta, pero nos va a dejar espacio para pensar.
Ojalá el 2023 sea aburridísimo. ¡Feliz Año Nuevo!