Si es tu primera vez leyendo mi columna y llegaste por LinkedIn, siento decepcionarte. Este artículo no se trata de agile work, ni de bootstrapping, ni de co-creation disruptive crowdsourcing, ni de como ser freelancer en la gig economy, ni de growth hacking microlearning, o tener un self-starter, side-hustle, solopreneur startup skill set. Esta es una invitación a repensar el trabajo: ¿qué es, para qué es y por qué tenemos que hacerlo? ¿Es un castigo o una bendición? ¿Es fuente de libertad o de esclavitud? ¿Debemos ser felices gracias al trabajo, o a pesar del trabajo? ¿Cuál es la naturaleza del trabajo? ¿Trabajar duro o durar en el trabajo? ¿”Gracias a Dios es viernes”, o “gracias a Dios es lunes”?
Confieso a los lectores que su servidor predica una de las declaraciones más importantes del filósofo, Garfield: “odio los lunes”, no sólo por ser el día más pesado para defender a capa y espada las posturas de esta, su columna semanal, sino porque es cuando se debe emerger aletargado del cálido aburguesamiento del fin de semana para adentrarse a las aguas heladas de la oficina moderna. Pero, no podemos vivir así, resentidos con la naturaleza de la realidad que nos llama a trabajar la tierra. Este artículo no pretende solucionar todas las dudas sobre la naturaleza del trabajo.1 Es más, creo que encontrar el sentido del trabajo es tarea de cada uno, aunque nos apoyemos entre nosotros para entenderlo mejor. También nos podemos apoyar en los numerosos autores que han intentado explicarlo. Escribo esto suponiendo que estudiar la naturaleza del trabajo nos ayuda a ser más felices haciéndolo, y a hacerlo mejor.2 Les comparto aquí sólo cinco ideas básicas.
Trabajar es inevitable. Hagamos un experimento mental: trescientos de nosotros viajamos en Viva Aerobus. Uno de los pasajeros olvidó poner su celular en modo avión, entonces la aeronave se desploma y es obligada al acuatizaje. Todos salimos ilesos gracias al excelente piloto. Nadamos hacia una isla cercana. Sin herramientas ni instructivos, decidimos establecer las bases de una sociedad para sobrevivir en la isla desierta (al menos hasta ser rescatados). Salvo algunas tortas de jamón y unos Tostitos que llegaron flotando a la orilla, no tenemos comida. Debemos organizar equipos para la caza y pesca, la construcción de refugios, recolección de agua, etc. Lo que no podemos hacer es quedarnos sin hacer nada. De hecho, si alguno queda ocioso sin justificación médica, y decide aprovecharse de los demás para conseguir comida y refugio sin trabajar por ello, podría generar problemas políticos entre los sobrevivientes. Uno de los pasajeros venía escuchando nuestro podcast, Explicación no pedida, y sabe que, según el sociólogo Nicholas Christakis los principios fundamentales para una buena sociedad son: conexión social, división del trabajo, normas sociales, justicia y reciprocidad, tolerancia, liderazgo y educación. Una noche, los sobrevivientes nos juntamos alrededor de una fogata y creamos una constitución. Al dialogar, acordamos que no podemos tener el cielo en la tierra, pero podemos minimizar la violencia y asegurar cierta paz social. Así, logramos sobrevivir durante algún tiempo. Que el lector decida imaginar si los sobrevivientes son rescatados y devueltos a sus sociedades de origen, o si se termina por fundar una nueva civilización. Pero una cosa es cierta: hay que trabajar.
Trabajar nos puede hacer mejores, hacer mejores a los demás, y mejorar las condiciones de todos. El trabajo, como cualquier otra actividad humana, implica el desarrollo de las virtudes. Es donde ponemos en práctica nuestras capacidades, donde nos retamos para ampliar nuestro rango de acción para el bien que podemos hacer. En el trabajo nos perfeccionamos, sin llegar a ser perfectos, y desarrollamos nuestra identidad y autoestima. Los emprendedores, incluso, pueden dar buen trabajo a otros, dar espacio al desarrollo y crecimiento de los demás. Como es obvio, a través del trabajo mejoramos las condiciones materiales de nosotros mismos y de los demás. Si somos exitosos, el fruto de nuestro trabajo serán clientes satisfechos. A veces es difícil apreciarlo, sobre todo si uno es parte de una organización con miles de empleados, pero todos formamos parte de un gran ejercicio de coordinación que nos permite, con la división del trabajo y la especialización, encontrar mejores formas de satisfacer nuestras necesidades. Es común que los que estudiamos economía nos preguntemos, ¿por qué hay pobres?3, pero la pregunta debe ser: ¿por qué hay ricos? La pobreza es la condición de facto (recordemos el naufragio en el punto anterior). El buen trabajo nos hace buenos y le da bien a quienes nos rodean. Pero, ¿se puede hablar de que los narcotraficantes, sicarios, secuestradores, ladrones, etc., trabajan? ¿Se puede trabajar haciendo el mal? El trabajo debe ser, como mínimo, lícito. Ni se diga moral, o bueno, que nos meteríamos a una discusión que no cabe aquí4, pero el tema del trabajo ético es importante.5
El trabajo es un espacio social. Es común que se piense que la vida profesional está en conflicto con la vida social. Esta clasificación es limitada. El trabajo, el lugar de empleo, son espacios también de vida social que permiten la creación de vínculos y comunidad. ¿Por qué no hacer amigos en la oficina? ¿Cuántos noviazgos no han empezado trabajando juntos?
El trabajo nos coordina. En una economía de mercado todos cooperamos a través de nuestros trabajos para producir de la forma más eficiente lo que más valoramos, sin que nadie tenga todo el conocimiento necesario para producir todo lo que necesitamos. La división de trabajo nos hace dependientes unos de otros y promueve la paz social. Así podemos decir con Hayek: “La posibilidad de que los hombres vivan juntos, en paz y en beneficio mutuo, sin tener que acordar objetivos concretos en común, y obligados únicamente por reglas abstractas de conducta, fue quizá el mayor descubrimiento que jamás haya hecho la humanidad”.6 Pensemos en el popular ensayo de Leonard E. Read, Yo, el lápiz, que explica la complejidad de los mercados.7 Nadie sabe hacer un lápiz. Piénsenlo. Necesitamos el trabajo de una cantidad enorme de personas para tener todo lo material que damos por sentado cada día. Por eso Peter Boettke, uno de mis profesores, dice que “la economía es la ciencia que estudia el misterio de lo cotidiano”. Mientras lees esto puedes mirar a tu alrededor y maravillarte imaginando la historia detrás de cada objeto que hace tu vida más fácil, y pensar en todo el trabajo que hay detrás, y cuánta gente hizo su vida trabajando por ello.
Para quienes tenemos fe, el trabajo nos hace crecer espiritualmente. Pronto se publicará un episodio de nuestro podcast sobre el descanso. En él comentaremos la importancia de saber vivir una vida contemplativa. El buen descanso es necesario para fortalecer el espíritu, pero también el trabajo es nuestra vocación. Trabajar bien es prolongar la obra de la creación. No se trata necesariamente de musitar oraciones mientras llenamos hojas de Excel, sino de poner todo lo que está de nuestra parte para que el trabajo esté bien hecho, no por dinero, sino por amor a Dios y a los demás.
Hay preguntas que quedan por resolver, y somos seres imperfectos en un mundo imperfecto: los seres humanos también somos capaces de hacer el mal a través del trabajo, torciéndolo con corrupción y abuso, pero pienso que el trabajo es bueno en la medida en que seamos buenos nosotros, y viceversa: seremos más buenos mientras hagamos buen trabajo. Gracias a Dios es lunes.
Los expertos en la filosofía del trabajo se podrían quejar que este breve artículo no abarca todas las aristas de la pregunta, o que no cita a autores como Fulano o Mengano. Y tendrán razón. No se puede todo, oigan.
Las características de la naturaleza del trabajo expuestas aquí suponen que el trabajo es una actividad voluntaria, libre y justa. No toma en cuenta, por ejemplo, el trabajo forzado o la esclavitud. En cuanto a la definición de trabajo justo: justicia implica reglas bien definidas, con contratos que se cumplan y respeten, fruto de un sistema institucional con derechos de propiedad y no coerción.
Escuché que el economista Walter Williams hablaba de los “poverty pimps”, son gente que se gana la vida gracias a la pobreza de otros: desde quienes dan las descripciones estadísticas de la pobreza con los reportes con cada nueva encuesta del INEGI, hasta quienes se llevan un tajo para ellos a partir de los apoyos a los grupos más vulnerables. Thomas Sowell explica mejor el concepto aquí, con un poema incluido: https://www.capitalismmagazine.com/2001/06/the-poverty-pimps-poem/
Un buen libro para entrar al tema es Lo que el dinero no puede comprar, de Michael J. Sandel.
Lean este artículo de José Manuel Núñez, El trabajo ético es un buen trabajo: http://www.carlosllanocatedra.org/blog-management/el-trabajo-etico-es-un-buen-trabajo
En F.A. Hayek, Law, Legislation and Liberty (1976).
Aquí pueden leer el ensayo de Leonard E. Read: https://fee.org/media/33855/i-pencil-final-spanish.pdf
En uno de los episodios del podcast, no recuerdo si fuiste tú o Germán quien comentó que a veces leían algo de X autor y mientras iban leyendo pensaban: “Cómo me gustaría escribir igual”. Digo lo mismo cada que tengo la oportunidad de leerte. Esa frase de tu profesor sobre la economía, es tan cierta y poética a la vez. Ojalá sigas escribiendo, y compartiéndolo claro.
Que Dios te bendiga. Un abrazo.
Gracias a Dios hay trabajo, saludos!