Muchos me han preguntado (nadie me ha preguntado): ¿Por qué puse esta imagen como perfil en Twitter?
Es de Nicolás Ortega, para acompañar al artículo de Haidt1 del que les hablaba el otro día. La imagen acompaña y hace referencia a este fragmento:
“¿Qué cambió en la década de 2010? Repasemos la metáfora del ingeniero de Twitter de entregarle un arma cargada a un niño de 4 años. Un tweet ofensivo no mata a nadie; es un intento de avergonzar o castigar a alguien públicamente mientras se transmite la propia virtud, brillantez o lealtades tribales. Es más un dardo que una bala, que causa dolor pero no la muerte. Aun así, entre 2009 y 2012, Facebook y Twitter repartieron aproximadamente mil millones de pistolas de dardos en todo el mundo. Nos hemos estado disparando el uno al otro desde entonces.”
Las redes sociales son un juego de dardos. Disparamos para ver a quién le damos, y si le damos bien ganamos puntos (RTs, followers, likes) que validan nuestra postura. Es decir, no se trata de respetar la libertad de expresión (episodio 15) y dialogar en buena fe para encontrar juntos la verdad. Se trata de callar y ofender a los del otro bando, los de la tribu enemiga, para ganar. Ya no tiene nada que ver la verdad ahí.
Las redes sociales cambian nuestro comportamiento. Hemos mencionado en el podcast de Explicación No Pedida al Center For Humane Technology (Centro para la Tecnología Humana), una organización2 sin fines de lucro con la misión de “impulsar un cambio integral hacia una tecnología humana que apoye el bienestar colectivo, la democracia y el entorno de información compartido”. Ahí, nos dicen que las redes sociales nos entrenan para pensar y sentir, nos forman (o deforman) para mantenernos pegados a las pantallas. Las constantes notificaciones acortan nuestra capacidad de atención.
El contenido aparentemente infinito genera adicción. De la comparación social nace la envidia, la vergüenza y la ansiedad. De las malas noticias, el miedo y la ira. El concepto de doomscrolling, popularizado durante la pandemia de COVID-19 y que consiste en el “inagotable consumo de malas noticias”, ha descrito a la perfección lo que a muchos nos pasa con Twitter: crisis tras crisis, tuit tras tuit, pandemia, tuits, guerra, tuits, violencia, tuits. Y entre todo eso, tirándonos dardos. Causan dolor pero no la muerte. Ahí está el negocio.
¿De dónde sale la agresividad en redes sociales y, en especial, en Twitter? De los incentivos. Del diseño estructural del funcionamiento de la plataforma. La ira da likes, la agresión entre unos y otros nos mantiene al pendiente, por morbo, por chisme. El enojo optimiza la participación de los usuarios. Esto, a su vez, nos hace enojar. Las redes sociales nos hacen más enojones, aunque suene chistoso.
La agresividad en redes sociales no sólo refleja conflictos offline, puede intensificar o desarrollar nuevos conflictos, especialmente entre niñas adolescentes. Nicki Crick estudia cómo las niñas tratan las relaciones sociales como “agentes de daño”. Los chismes, rumores o la exclusión social pueden ser manifestaciones de “violencia relacional”. Por eso el uso de redes sociales está relacionado con mala salud mental, especialmente entre niñas. Violencia social, no física. Dardos. ¿Y si te dan con un dardo? Lo vas a devolver, con más fuerza. ¿Cómo salir de esta espiral de agresiones?
Si las redes sociales nos entrenan para el conflicto, ¿cómo podemos incentivar la cooperación voluntaria para construir una mejor sociedad? ¿Qué hacer para construirla, entre las ruinas de nuestra Torre de Babel, si se ha normalizado la comunicación en mala fe?
Por eso surge The Consilience Project, una propuesta del Civilization Research Institute3 para publicar investigación sobre los efectos de las redes sociales y los medios de comunicación en la sociedad, y nuestra capacidad de coordinación y cooperación para enfrentar crisis. Las agresiones en el mundo digital han dañado nuestra confianza y tejido social. Para sanar y recuperar, necesitamos rescatar la comunicación en buena fe: “el discurso orientado al entendimiento mutuo y a la acción coordinada, con el resultado de aumentar la fe de los participantes en el valor de la comunicación”.
La mala fe es todo lo contrario, con sus estrategias que podrán sonar familiares: maquillar datos, falacias de hombre de paja, ad populum, apelación a la autoridad, y claro, ad hominem: insultos, ofensas, descalificaciones. Juego de dardos.
Twitter, y las redes sociales en general, con sus incentivos a la comunicación en mala fe, permiten tener una influencia indebida, cimentada en agresión, no en diálogo. Un despropósito. Para los colaboradores de Consilience Project, la influencia indebida significa que “la pertenencia a un grupo establecido en las redes sociales puede dar lugar a estados parecidos al "lavado de cerebro", en los que la lealtad a las normas del grupo y el miedo al ostracismo provocan comportamientos extremos, tanto en línea como fuera de ella”. No nos sorprendamos, en el juego de dardos gana el que sabe tirar dardos mejor. Pero seguir así es destrucción mutua asegurada: perder todo valor de confianza y comunicación.
Para el veneno de los dardos de la mala fe, está el antídoto de la comunicación en buena fe. Juan Pablo Cannata propone un modelo triangular:
Entender la situación de comunicación desde su contexto sociocultural. Tener en mente la complejidad del momento en el que se interactúa, y ver la interacción como un diálogo de oportunidad, no como una amenaza. Dejar los dardos a un lado.
Cuidar la legitimidad. ¿Quién soy yo para hacer esta propuesta? A veces no conviene tuitear, a veces sí. Tratar de respaldar lo que decimos. Respeto, siempre.
Tener inteligencia argumental y expresiva en el discurso público4.
La intención es proponer un diálogo intelectual enriquecedor: “asumir la complejidad de estas conversaciones, profundizar en sus elementos de trasfondo y conocer sus mecanismos internos”. Es decir, tener verdadera buena fe. Hacer en las conversaciones ordinarias, pero también en el mundo digital, una cultura del encuentro5. Estamos entre seguir cayendo en la espiral de agresiones, o promover la cultura del diálogo, de la sana convivencia, de la cooperación, del libre intercambio de ideas desde la caridad.
Me gusta esta frase de Ángel Rodríguez Luño:
“Nos encontramos ante dos problemas: debemos vivir bien y debemos vivir juntos. Vivir bien es más importante; vivir juntos, más fundamental, porque solamente juntos podemos vivir y vivir bien.”
¿Podemos dejar de jugar a los dardos?
En ENP somos (soy) muy fans de Jonathan Haidt como ya podrán darse cuenta.
Tristan Harris, cofundador del CHT participó en el documental The Social Dilemma. Vale la pena verlo.
Civilization Research Institute (CRI), un think tank centrado en la reducción de la “fragilidad sistémica” y el avance de nuevas formas de gobernanza y coordinación. El CRI pretende informar sobre la próxima era de colaboración humana e inteligencia colectiva para garantizar la prosperidad humana y ecológica.
Para más detalles, pueden leer el documento completo de J. P. Cannata aquí:https://dadun.unav.edu/bitstream/10171/56526/3/Documento%20Core%20Curriculum%20n.12%20Juan%20Pablo%20Cannata.pdf
Más sobre la cultura del encuentro: https://www.vatican.va/content/francesco/es/cotidie/2016/documents/papa-francesco-cotidie_20160913_cultura-encuentro.html