Me estoy quedando pelón. Poco a poco veo como mi cuero cabelludo es cada vez menos cabelludo. Era inevitable, es parte del ciclo de la vida de una cabellera como la mía. Lo supe desde ver a mis tíos, abuelos, y obvio, a mi papá. “Como te ves me ví, como me ves te verás”, me decía.
Antes me burlaba, fui parte del sistema de opresión que promueve y sostiene los prejuicios contra los calvos: cada vez que un pelonazo salía en la tele yo lo señalaba, y con un tono irónico decía: “Miren, El Greñas”. Fuera Zidane o Bruce Willis yo decía siempre lo mismo. “El greñas, miren, el greñudo le dicen”. Pero ahora, víctima de la ironía, al pasar un peine a través de mis frágiles y últimos cabellos, suspirando me digo a mi mismo, “miren… el greñas”.
Me doy cuenta que desde hace poco empiezo a formar parte de un numeroso grupo vulnerable e invisibilizado: los calvos. En la calle y en los pasillos, al cruzar con otros calvos, noto una sensación de camaradería, de fraternidad, en sus miradas tristes y comprensivas. Es como si me dijeran, “no estás solo, te entiendo… fuerza calvo”.
La calvofobia existe: es un sesgo que padecen las personas que no entran en los estándares normativos de cantidad de cabello en la cabeza, pero es un fenómeno social donde prevalece la percepción ajena. Es, en breve, una herramienta de opresión. Vivimos en una sociedad que se burla y rechaza a los calvos y pelones. Nos hacen a un lado por una característica genética: nadie elige ser calvo, ni sufrir de alopecia. Se nace calvo, no se hace. Aunque sabemos que hay personas que deciden voluntariamente rasurarse la cabeza, esto se hace comúnmente por una preferencia estética temporal y no necesariamente forma parte de la identidad minoritaria de ser calvo.
Michel Foucault, filósofo francés y campeón de los pelones, en su libro La microfísica del poder explica cómo los mecanismos de dominación por parte de los greñudos hacia los calvos, grupo debilitado y vulnerabilizado, se lleva a cabo a través del control de las normas, instituciones y prácticas sociales, y se encuentra en todas las relaciones sociales, lo que requiere una resistencia constante. Para que los calvos seamos verdaderamente libres, debemos resistir y luchar contra el régimen de greñudos que nos oprime. Es por eso que aquí les dejo cinco propuestas para combatir la calvofobia:
Organizar Colectivos Calvos de Resistencia para la difusión de las ideas liberalizadoras de ideología de identidad: lo que nos define por completo como personas es una característica superficial y material, el cabello (o la falta de).
Prohibir en su totalidad todo esfuerzo de aletargar, eliminar o esconder la calvicie. Prohibidos los shampoos anti caída, los injertos de cabello o las pelucas. Estos mecanismos solo buscan eliminar la existencia de personas calvas. Equivalen, literalmente, a genocidio.
Presionar al gobierno para crear una Ley de Protección a las Personas Calvas, que busque salvaguardar la integridad de los calvos y que prohíba todo tipo de burla hacia las personas con calvicie. Que queden completamente censurados los chistes como decirle a una persona calva que “le tomaron el pelo”, “tiene ideas descabelladas”, “se salvó por un pelo”, etc., y sobre todo el chiste sobre un piojo que le dijo a un calvo: “no te agaches que me caigo”.
La creación de una marcha anual a favor de la calvicie para abogar por los derechos de las personas calvas. Que se repartan bloqueadores solares gratuitos para todos los asistentes calvos y que el presidente en turno se rape para apoyar a la causa de los miles de mexicanos que sufrimos este tipo de discriminación.
La institución de un Día Nacional de la Memoria Calva, para conmemorar a las figuras patrióticas y políticas que también fueron calvos: Miguel Hidalgo y Costilla, José María Morelos y Pavón, José López Portillo, Carlos Salinas de Gortari, entre otros.
La existencia calva es un derecho. NO a la calvofobia.